En el abrir y cerrar del vuelo de tus pestañas
te descubrí divino.
Estabas revestido de un hábito invisible,
del fulgor boreal y arcoíris
al movimiento de tus alas.
En el aleteo de tus párpados de nectarios
se posó mi silencio:
se mezcló con el rocío de algunas lágrimas.
Reventamos, cual crisálidas libertarías,
en el tránsito de emerger.
Entonces, presentí la bondad de tu vuelo,
tus alas fuertes y delicadas rumbo al sol,
a la fuente de tu luz.
Volamos,
al vaivén de los labios,
y en el sonido del tambor de tus latidos
pronunciamos
Yo soy…
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