Así surge un camino,
uno que se deambula con los pies descalzos.
Con los dedos enraizados en un relicto que colinda entre: el fuego interior;
la tierra de nuestros orígenes;
el agua que fluye dulce, se evapora y vuela
en un danza en el aire.
En medio de ese fuego del avance, nos inundamos y dejamos traspasar por los momentos.
Así es la ruta de la miel: una ruta sin retorno,
una que va directa a esas aguas dulces y profundas.
A la vid abundante que florece en las entrañas.
Este es el chapter trailer del capítulo III del libro:
“El navegante y la pescadora. Viajes, imágenes y sueños transcritos a través de una pluma.”
“Vino a mí el aroma del agua dulce envuelto en un torrente de hojas.
Las divise jugueteando con las burbujas translucidas a medida que ingresaban al bosque de las corrientes.
Sumergí mi pico sediento en aquella agua endulzada de pecíolos y percibí el cosquilleo de los hilos de plata danzantes a mí alrededor.
Cientos de hojas navegaban plenas, a lo largo de la ruta de la miel…”