Los pies unidos avanzan;
son diminutos remos en el agua.
Extraños peces largos y gordinflones
unidos a un cuerpo y a un corazón.
Son garras que se aferran al trepar descalzos una montaña.
Siguen la ruta señalada por el cerebro,
por esa constelación de sus saberes
y la intuición contemplativa de nuestras proyecciones.
Algunos pasos siguen la voz genuina, esa que susurra desde dentro:
el andar es un reflejo
las más profundas de nuestras convicciones.
Cuando no es posible hacerlo,
cuando, por alguna razón,
no cuentan con el movimiento...
No se acallan;
siguen marcando el paso de nuestros más fervientes deseos.
Todo es realizable si solo se despierta...
con los pies o sin ellos,
pero reconociendo por alguna razón,
una misteriosa razón...
Estos siguen latiendo:
deambulamos con estos, incluso, en nuestros sueños.
Son una prolongación de nuestros ancestros físicos o etéreos.