Al realizar un breve recorrido por
la médula de la poesía mística,
descubro que cuando paso de una vertebra a otra,
me encuentro en una ruta que resulta ser una columna infinita.
Mas, disfruto ir
de una en una,
degustarlas con devoción en mis pupilas.
Todo tiene un comienzo.
No es la
meta, es el camino.
El placer de descubrirlo.
Comparto un texto de antecedentes
de este breve comienzo
Y sigo con Santa Teresa de Ávila (1515 - 1582)
... “Ámala cual merece
bondad inmensa;
pero no hay amor fino
sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
todo lo alcanza”... [Fragmento del
poema “Nada te turbe”].
En ese resquicio de esperanza, surgió la mística Santa Teresa,
una mujer que no se cansó e indagó en ella.
Siguió esa luz de una vela, que descubrió en ella,
una que la condujo a lo divino.
Se calzó las sandalias de la inspiración genuina
y no temió romper las cadenas que como humana tenía.
Se escuchó a ella misma y a eso sagrado que sabía procedía
de ese amor celestial.
Siguió fluyendo en poesía hasta sus últimos días,
e hizo de sus palabras un cielo,
uno que en poesía ya está aquí.
“El guía interior hace evolucionar
el mundo hacia un cielo que ya está aquí, saber esto es conocer nuestro
destino”... (Frase tomada del film: Las nueve revelaciones)
¿Nos arriesgamos a descubrirlo?
¿A revelarnos e ir hacia nosotros mismos
y, así, trasegar al infinito?