Existen, en nuestros cajones,
en ese baúl de los siglos,
recuerdos,
imágenes antiguas.
Reunión de ancestros
en tinta y papel.
Sus tiempos de travesías.
Unas donde se hilaban
los pasos de viajes
con los pies descalzos.
Ellos, revestidos de niñez
y adolescencia de sueños
convertirían sus deseos
en aventuras y travesías.
Todo eso, y mucho más,
contienen las imágenes,
esas postales
de lejanas cortezas.
Largos trayectos
realizados por padres o abuelos,
cuando todo lo relataba una carta
una imagen...
Y de, una sola,
se desprendía una historia.
Una donde el mar era tan grande
que se necesitaban meses
para tocar de nuevo la tierra,
y sentir en la orilla
la nostalgia del terruño del ayer.
Esas postales de cartón y tinta
roídas por las cintas del pasado
son tesoros con aroma de silencios
que en los ojos guardan,
pero, por si solas hablan.
Esta es de los años 50.
Procede del desierto del Sinaí
cuando mi ruta paternal,
desde su parcela de labranza,
siendo niño,
jamás pensó
que un día habitaría allí.