Ser corriente de hojas,
de ramas que se intercalan
entre espinas y nervaduras.
Conservar el aroma del rosal
del lugar de su procedencia.
Latir aún verdes y vivos,
incluso sobre las hojas blancas
de las cortezas vacías,
de aquel que algún día
también fue árbol.
Todos, somos recintos de tintas:
cada uno diseñamos
lo que sabíamente, o no,
deseamos derramar.