sábado, 22 de octubre de 2016

Las pieles de ébano




Todo escrito tuvo un comienzo,
aquello que dio origen a las palabras.

Algunos textos surgen desde los conocimientos aprendidos durante largos años,
otros, desde el sentimiento, desde las células de la emoción 
en esa conmoción interior que surge al navegar hacia dentro.

De pronto, sin darnos cuenta, 
nos encontramos en medio de la aventura más grande de todos los tiempos de nuestro ser. 
Poco a poco, reconocemos lo real, lo vital, y descubrimos algo indescriptible que creíamos perdido.

Cuando se encuentra esa ruta surge la pasión 
y es imposible no levantar el espíritu,
dirigirse hacia ello.

De repente, el suceso no da espera y, 
como la campanilla de un reloj de arena, 
el deseo te despierta y descubres eres tú.

Así nació:

“El navegante y la pescadora. Viajes, imágenes y sueños transcritos a través de una pluma”. 


Surgió desde la contemplación de fotografías que, sin saber el resultado, Mauricio Contreras Nossa me permitió indagar.

Lo que en su inicio fue solo una descripción inspirada desde aquellas imágenes, 
poco a poco, se fue transformando en una novela.

África fue el comienzo de ese primer capítulo.
Allí, desde la Amazonia y otros rincones del planeta, cada personaje del libro encontraron su nicho:
todos fueron convocados por el fuego.
De repente, escribía entre cantos, risas, rostros de tantos pequeños que nunca conocí pero que, inexplicablemente, sentí. 
Naturalmente, ellos comenzaron a habitar en mis palabras.
Rodaba la pluma y sin dar espera esta comenzó a volar;
Desde arriba y desde adentro, me indicaba el transcurso de cada frase, de cada letra.


Escribir es una manera de reconocerse a sí mismo y, a su vez, de reconocer a los otros;
incluso, sin tener jamás, alguna relación directa con alguno de ellos.

Con esa pasión y a fuego lento nació este primer Capítulo: “Las pieles de ébano”.

Te invito a sentarte muy cerca de la hoguera de este nacimiento a través de la magia que puede contener los trailers.






domingo, 9 de octubre de 2016

¿Cómo unir las dos riberas de un río?

Eso el río jamás se lo pregunta.
Él es camino
y, a su vez, un conjunto de rutas.

Es artería que oxigena;
vena que reúne;
vaso que se entierra.

Es tan complejo y sencillo el origen de su naturaleza.

Las rocas a su paso le dan tres vueltas
y entre los dos conforman torbellinos que sonríen:
cada sustrato acelera o detiene su paso.

Su cauce no se detiene por la emisión de conceptos o palabras.

El río lee los astros y disuelve las diferencias.
Con amor su cauce ha reunido cuerpos sumergidos en las más cruentas guerras;
uno a uno los ha diluido en su camino
desde el origen de sus aguas.

Ha sido su lecho el canal directo de muchos hacia cielo.

El río no juzga a sus hijos cargados de desechos:
aunque, tiene memoria, cada gota conserva solo lo esencial.

En su transito disuelve la ignorancia.
Su canto es levedad;
conexión con esa inocencia que salva.

El río, en esencia, es paz.