Indagó dentro de sí
en ese profundo hueco entre su tronco y sus ramas.
su superficie era un conjunto de cordilleras.
Hileras de meandros y cauces de ríos olvidados.
Caminos de herradura que conducían
a cada una de las hojas de sus ramas.
En sus grietas anidaba la sequía
y alguna que otra valiente hormiga.
Era un desierto austero.
Tenía en el centro un oasis que bullía sin cesar.
Los granos de sus dunas
un día se detuvieron,
no siguieron la ruta que les marcaba el viento:
Decidieron parar.
Fueron, de nuevo, corteza.
Caminos de innumerables rutas.
Esas que duran un chasquido
o cerca de medio siglo.
Sería su aparente sequía
la cuna de cientos de almas,
algunas poseedoras de alas,
pelos, cuero,
carnes morenas,
negras o blancas...
Un tronco es un camino que eleva.
Uno que se nutre desde la tierra.
Uno que une la raíz con el cielo.
Uno con el universo que se posa
en sus apicales ramas.
o la rugosa autopista de profundos despertares.
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