La entrega tiene tantos matices:
damos todo el tiempo.
Entregamos, en milésimas de segundos, nuestros tejidos.
Estos caen o se elevan,
nacen o mueren,
se deslizan;
caen aún tibios como hojas
o son punzantes agujas
que se entierran
en el entorno que nos rodea.
Damos pensamientos
sabios o enfermos.
Miradas que aman o matan
en solo parpadeo:
"Es cuestión de elección".
Entregamos silencios que reverdecen
o palabras que trascienden,
en una noche,
antes de salir de nuevo el sol.
Damos guerra o esa armonía que colinda,
muy de cerca, a ese relicto personal
o colectivo donde florece la paz.
Damos tiempo perdido o vivido con intensidad.
Damos humedad o damos sequía...
Es delicado el arte de dar:
requiere un tacto en equilibrio
eso de brindar algo de nosotros mismos.
“Sin envolturas, desnudos del alma” .
Dejándonos envolver y, a su vez,
brotar envueltos en una luz.
Escogemos iluminar u oscurecer
el breve rincón de nuestra entrega.
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